¿Tontos útiles?
by Digital Rights LAC on marzo 1, 2014
En Diciembre del 2013, justo cuando Sudáfrica despedía a Nelson Mandela, hombre que hizo posible cambiar el rumbo de su patria, cientos de personas interesadas en el tema de la propiedad intelectual y la manera como esta afecta ahora nuestra vida, estábamos asistiendo en Cape Town al tercer Global Congress on Intellectual Property and the Public Interest.
Por Pablo Francisco Arrieta
Un evento que ocurrió primero en Washington, luego en Río de Janeiro, viajaba en esta oportunidad a un continente nuevo: África. Si bien dentro de los asistentes y ponentes se encontraban expertos en derecho y activistas que llevan mucho tiempo trabajando en acceso a medicinas, limitaciones y excepciones en el derecho de autor, patentes, acceso a tecnología, también asistieron personas cuya labor es un poco más distante a la legislación.
La sociedad civil somos esas personas que no tenemos mucho conocimiento de las políticas que rigen los destinos de la tecnología, pero que compramos y utilizamos en la vida diaria todos los aparatos que sostienen el entorno corporativo y educativo de la que ésta se nutre. Somos todos aquellos que, sin saberlo, elegimos a los políticos que serán responsables del futuro del universo digital, pero que en la mayoría de los casos no tienen la mejor formación en el tema. Es decir que somos quienes damos el dinero y los votos para que se desarrollen tanto los aparatos como las leyes que los cobijan.
Y claro, como se tiene desconocimiento de lo que ocurre en los ámbitos digitales, preferimos que haya legislaciones fuertes y paternalistas en donde nos cuiden de los bandidos y las acciones malas. Pero, al no tener claros quiénes y cómo nos pueden atacar, permitimos que sean otros los que hablen en nuestro nombre y hagan las reglas que “nos protejan” sin importar si ellas son tan estrictas que terminan ahogando no sólo los males sino cualquier posibilidad benéfica y de innovación que nos aporte la tecnología, llegan a destruir los principios básicos de Internet y de paso acaban con el concepto de privacidad y libertad de expresión.
El mundo ha vivido un vertiginoso cambio en el que hemos pasado de una realidad geográficamente separada, en el que las comunicaciones ocurrían confinadas a ciertos territorios y donde los intereses de grandes masas podían ser dirigidos con facilidad, a esta otra en la que los chicos en edad escolar son capaces de compartir sus intereses con cualquier persona del mundo que esté conectada a un computador. Pero, tristemente, esta democratización de las herramientas de comunicación se ha dado con un desconocimiento, por parte de la gran mayoría de ciudadanos, de los derechos y posibilidades que existen en el entorno digital.
Es por ello que resulta una obligación para los que vemos la importancia de estos asuntos (aunque no necesariamente seamos abogados ni legisladores) que participemos en los eventos donde se discuten temas relacionados a propiedad intelectual, acceso a tecnologías, interés público, derechos humanos, libertad de expresión y educación. No sólo es bueno para informarse sino que es nuestro deber como ciudadanos digitales.
Otro punto delicado es que en nuestros países en vía de desarrollo existe la impresión de que tan sólo somos consumidores de tecnologías, y que son otras naciones las productoras de las mismas. Y si bien esto puede ser cierto, lo es hasta el punto de la producción de las herramientas pero para nada en lo que tiene que ver con la creación de sus contenidos. Nuestras naciones, al abrazar la tecnología de la manera que lo han hecho, están utilizándola a diario para la creación de lo que es nuestro patrimonio cultural y social. Es por ello que más que herramientas, son ellas en sí mismas, instrumentos con los cuales nuestras voces y expresiones más propias están siendo canalizadas. Precisamente en el Global Congress pudimos conocer de cerca las experiencias de quienes trabajan en el continente africano y ven cómo su conocimiento tradicional está siendo ahora digitalizado y comercializado sin que las naciones puedan hacer mucho para imponer normas que sean ventajosas para ellos y no para los proveedores de servicios. Al tomar parte en estas discusiones tenemos la posibilidad de cuestionar cómo podemos hacer el acceso a Internet más congruente con las realidades que vivimos localmente.
Creadores o consumidores, es nuestra decisión
En los últimos años las industrias del entretenimiento han venido asentando sus propiedades en nuestras tierras para entregarnos contenidos. Si bien nunca hemos estado cortos en creaciones artísticas, curiosamente en nuestros días tenemos un mayor influjo de contenidos creados en tierras distantes que en las propias. Así, en lugar de fomentar las diferentes expresiones locales, las industrias del contenido han aplanado las opciones y convertido a nuestros pueblos en consumidores que producen tímidamente. Pero, como reconocen estudios sobre la materia, al poseer mejores vías de acceso digital y precios accesibles, nuestras naciones son enormes productoras de contenidos y, al hacerlo, mejoran sus posibilidades económicas.
Muchas veces es la voz de la industria y sus quejas la que se escucha, llegamos a tener las paradójicas situaciones donde países que carecen de importancia para que grandes empresas tengan representación en ellos, se convierten en fuertes amenazas como naciones “piratas”. Y sus legisladores, temerosos de castigos comerciales, prefieren condenar a sus habitantes a limitaciones absurdas para que los distribuidores culturales sientan tranquilidad.
Si la sociedad civil tomara más en serio estas situaciones antes que ceder derechos, exigiríamos igualdad y propondríamos otras soluciones. Países como el mío, Colombia, cargados de fuentes culturales, prefiere imponer legislaciones restrictivas de manera acelerada antes que dar debates sobre las posibilidades reales que lo digital aporta a nuestra cultura. Y lo peor es que son los miembros vulnerados históricamente en nuestras comunidades, los que se ven más golpeados cuando este tipo de determinaciones ocurren.
Estamos en deuda con la educación y el acceso al desarrollo de comunidades que, por motivos de ubicación geográfica y económica, no han contado con las posibilidades para avanzar y solucionar muchas de sus necesidades básicas. Y al dejar las decisiones claves en manos de tecnócratas, empleados de corporaciones multinacionales, organismos internacionales allegados a la industria y políticos corruptos o poco informados, la sociedad civil pierde la posibilidad de convertirse en una voz, la más fuerte tal vez, en estas conversaciones.
Giros y maniobras
¿Si las reuniones definitivas ocurren en Europa y Norteamérica, nuestra labor como sociedad es acatar ciegamente sus decisiones? Si el caso fuera opuesto, las naciones europeas no aceptarían sin revisar lo pactado en los países del sur. Pero más que un enfrentamiento entre partes deberíamos ver estas maniobras para controlar, mejorar o legislar los entornos digitales como conversaciones donde todas las partes deben ser analizadas en igualdad de condiciones. Si bien nuestros mercados no serán tan grandes en cantidad de dinero, puede que, al ser tantas las personas en nuestras regiones, tengamos una voz más fuerte y fácil de ser escuchada, y no sólo en temas de comercio sino también políticos, como ocurre en este momento en Venezuela.
Durante el Global Congress aprendimos de voz de activistas como Jamie Love los complicados procesos que han tomado décadas de trabajo para que la humanidad tenga acceso a drogas sin importar su ubicación geográfica, así como los problemas que aún enfrentan esas industrias Tuvimos oportunidad de ver el documental Fire in the Blood con la presencia de realizadores y médicos que han estado implicados en las portestas que han permitido acceso para muchos que antes tenían bloqueadas drogas para el VIH. Al escuchar sus historias, así como las de activistas que desarrollan su trabajo en zonas de conflicto armado o fuertes confrontamientos políticos, entendemos que es imposible desligar el mundo digital y sus procesos de estos otros aspectos de la vida humana. Todo está ahora interconectado y es importante tener elementos de juicio para poder analizar el panorama completo y no pensar que son situaciones y problemas aislados.
Queda en manos de los asistentes mantener la red activa y el flujo de información constante de manera que las experiencias de cada uno contribuyan a un movimiento más uniforme capaz de reaccionar a situaciones que demanden respuestas claras y que sean difíciles de entender por separado.
Si bien las corporaciones tienen enormes recursos y fuertes grupos haciendo lobby por sus intereses, las decisiones que tomen las empresas de telefonía, industrias farmacéuticas, empresas de contenidos digitales, no pueden hacer oídos sordos a los intereses de la sociedad a la que sirven. Depende de nosotros, los “desinformados consumidores” hacerles saber lo que opinamos sobre ellas y la manera como aceptaremos las condiciones que nos imponen. Sólo una sociedad informada es capaz de modificar, e incluso detener, los fines de quienes sólo buscan cumplir con metas de mercado para satisfacer inversionistas.
Como sociedad civil debemos entender que más allá de simples compradores que se sorprenden con los giros e innovaciones de la técnica, somos los responsables de la construcción de una realidad digital más incluyente y democrática, donde las decisiones sean generadas por muchos y no el resultado de estrategias comerciales que, sin darnos cuenta, nos toman por sorpresa y nos dejan maniatados. Si hay algo que debemos erradicar de nuestra aproximación a la tecnología es la apatía con la que se abordan estos temas; y eso, lo podemos (y tenemos que) hacer juntos.